Por: Edelvis García Herrera
Cuando en Venezuela del principio
del siglo XIX, los negros, mestizos e
indígenas se jartaron de los privilegios de los mantuanos, las masas
enardecidas produjeron las más inenarrables matanzas que desató una sangrienta
guerra social entre hermanos.
El Saint Domingue, que luego
devendría en Haití, sometido a una horrible esclavitud por parte de los
franceses, el pueblo hastiado de tantos abusos y privilegios, inició una
horripilante carnicería en contra de los blancos a quienes ahorcaban, pasaban
por cuchillos y hasta los quemaban dentro de sus casas.
En la Nueva España, luego México, el padre Hidalgo, que convivía
con los indígenas y mestizos, que les instalaba talleres artesanales y laboraba
con ellos, sabía del hacinamiento, la
marginalidad, la discriminación; sin
escuelas, sin un centímetro de tierra; y ante esa realidad, miles de españoles
y aliados fueron pasados por cuchillos.
Las carnicerías no son justas: ellas
destrozan vidas de culpables e inocentes. Pero cuidado con abusar de la
paciencia de las masas. Y lo digo porque en una sociedad sin hospitales ni
medicinas; sin atenciones médicas;
llenas de políticos corruptos, millonarios en un santiamén, un Comité Ejecutivo
del PLD de parásitos; funcionarios que
les pasan a sus pobladores en vehículos de lujos; en un país de corrupción e
impunidad donde hay que mendigar y esperar con paciencia un derecho establecido
en la misma Constitución, como es la salud, la gente pude explotar.
Por eso, lástima me dio escuchar como el periodista Félix Guerra,
a raíz de una gomita que le prenden al diputado Fabián cuando se protestaba
por el hospital de Bonao, él dedica un espacio, adjunto a Israel Veloz, para
satanizar la acción. Y no afirmo que este
sea ésta un hecho revolucionario
ni nada por estilo; pero las
autoridades, rebosadas de privilegios
son las que tienen estacionadas las
ambulancias en las puertas de sus oficinas aquí en Bonao, y así con su populismo sacan ventajas a la miseria y la falta de salud del pueblo.
Entonces llamar rastreros a quienes con un método errado protestan, es
un exceso, y los que generan tanta pobreza dejarlos excluidos
del calificativo, es una muestra de la complicidad y la poca equidad en
las aseveraciones.
Muy diferente lo es el diputado
Fidelio Despradel, el único que ha renunciado cofrecitos, barrilitos,
exoneraciones, guardaespaldas, algo admirable y loable.
También escuché a Samuel Trinidad
despotricar al Dr. Nieves por llamar a la movilización ciudadana; y pienso que
si los comunicadores van a ser voceros oficialistas, mejor que se vayan a sus
casas, pues las posturas pusilánimes
impiden que se haga justicia en medio de un país carente de lo más elemental.
Recordemos la expresión del pueblo
tras la salida de los Trujillo en noviembre del 1961; un pueblo que había
acumulado rencores y resentimientos, y que por su acción botó a Balaguer y a
los remanentes del trujillismo, lográndose las elecciones de 1962, y la
Constitución más avanzada de toda su historia: la del 63.
Mejor, comunicadores, agradezcan
al “Señor” que este es un pueblo
pacífico, que con tantas injusticias y carencias, no ha
hecho actuado en contra de sus verdugos
y vocingleros.
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