Por: Lic. Roberto Genao Pérez
Los Estados Unidos, desde la Proclamación de su
Independencia en el 1776 y aún antes de ese hecho histórico constituyen un país
de inmigrantes. No debe olvidarse que los europeos llegaron a llamarle “la
tierra promisoria”, ya que esos extranjeros se fueron a la diáspora convirtiéndose
en exiliados económicos buscando la anhelada prosperidad en territorio gringo.
Entonces, hay que destacar el hecho de que esas
primeras inmigraciones se apoderaron de las tierras por ocupación ya que hasta
esos momentos eran “territorios de nadie”. Es tan así que hay historias de esas
invasiones (ocupaciones) no solo en los libros de historia sino que cuando éramos
jóvenes veíamos películas sobre las andanzas épicas de esos inmigrantes que nos
recuerdan los vaqueros apoderándose de las tierras de los indios donde ya
afloraba la discriminación.
Estados Unidos tiene inmigrantes de todas las
latitudes de la tierra, que en sus inicios llegaban sin casi requisito de
migración por el atraso de la época hasta pareciéndose a los ilegales. Otra
inmigración que primero se estableció en el caribe por allá en el 1518 fue
la de los negros de África que luego
ingresaron a los Estados Unidos, teniendo una condición común que fue la
esclavitud, que en ese país fue aniquilada por el gran Abraham Lincoln. Los
negros contribuyeron en la fundación de ese país de inmigrantes, siendo ese país
de ancestros multirraciales que fueron relegando a través del tiempo a los
nativos indígenas que en la actualidad son figuras de museo siendo en justicia
los “verdaderos dueños” de los Estados Unidos.
Hay que recordar a los japoneses cuando califican a
los Estados Unidos no como país de Inmigrantes, sino, como New-Comers (recién
llegados). Etnológicamente hablando los habitantes de ese país son de mayoría
blanca, compuesta de europeos, además de negros, latinos, asiáticos, del Medio
Oriente, etc.
Y están por tanto los dominicanos que en su mayoría
habitan en New York llamándoles la gente dominican york, por lo que en su
conjunto ya pasan de un millón de habitantes en todo el territorio del cercano
país.
Estados Unidos sobrepasa 300 millones de habitantes
siendo muchísimos los New-Comers que tiene ese país. Lo que motiva la masiva
inmigración es la oportunidad que el Dólar genera como divisa, principalmente
para nosotros que pertenecemos a países subdesarrollados.
Y están los ilegales en su totalidad que ya son 12
millones, que representan una realidad económica, social y cultural en los
Estados Unidos. Estos inmigrantes irregulares en lo atinente a los dominicanos
hay más de 200 mil ilegales siendo un segmento social que sobrevive a costa de
tener los peores trabajos que los gringos no quieren hacer con salarios por
debajo del promedio per cápita de ese país, en su mayoría. Esa realidad los
hace imprescindibles tal como sucede con los haitianos indocumentados en la Republica
Dominicana. Esos Ilegales producen dinero, crean familias, pagan impuestos al
consumir, envían remesas, aprenden el inglés, cohabitan con los norteamericanos
aportando riquezas a ese país y al resto del mundo.
Contrario al interés de Trump que es deportar los
ilegales hay que destacar que hay una paradoja que acotar: es un país de
inmigrantes contra los inmigrantes (aunque sean ilegales). Basta recordar que
el presidente actual es descendiente de Alemania, y si no hubiera sido por eso
no existiera en este mundo.
En consecuencia, la política de no regulación del
estatus migratorio de los ilegales contraría a la de Barack Obama, la que va
asfixiando las oportunidades, las expectativas de esos inmigrantes. Y en el
caso de los dominicanos esa política discriminatoria y xenofóbica trae a
nosotros consecuencias peores: deportación, menos remesas, aumento del
desempleo, de la delincuencia, del narcotráfico, de la inseguridad y por ende,
el incremento del cuadro de pobreza de este país así como de otros de nuestra
misma condición, todo ello provocado por esa contradicción de un país de
inmigrantes contra los ilegales.
Hasta la clemencia del Papa a favor de los
indocumentados ha sido soslayada.
¡A Dios que nos tenga confesados!.
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