Por: Jesús Santiago
Restituyo, MA
Seguimos con Don Miguel de
Unamuno. Máximo representante de la Generación del 98 en España. Dentro de sus
ensayos encontramos la razón de sus sentimientos mórbidos, angustiosos y
desesperados, la muerte que por su gran miedo a la misma vivía en angustias y
sufrimientos terriblemente dolorosos. No quería morirse nunca pero entendía que
igual que los demás tenía que morir. Esa dolorosa realidad lo llevó a escribir
“La Agonía del Cristianismo”, “El Sentimiento trágico de la vida…”, además de
sus novelas y poesías. Solía decir: “Cada vez que pienso que me tengo que morir
tiendo un manto en el suelo y no me canso de dormir”. Por este sentimiento
profundamente humano de Don Miguel de Unamuno de no querer morirse nunca,
podemos inferir que él era materialista y, por tanto, ateo. Ya Que se ve
aferrado a la vida y a sus bienes. Sin embargo su gran agonía es saber que
tendrá que morir y no poder encontrarse con Dios. De hecho, ¿quién quiere
morirse?, nadie. Unamuno creía, pero su creer lo ponía en duda y el que duda de
Dios y su realidad no cree en él. De ahí que los jesuitas lo acusaran de ateo.
Leyendo sus obras
encontramos a un hombre de una profunda fe, aunque tenerla lo llevaba a una
dolorosa y agobiante existencia, a pesar de ello solía decir: “Aquella vida de
arriba es la vida verdadera; hasta que esta vida muera no se goza estando viva;
muerte no me sea esquiva; vivo muriendo primero, que muero porque no muero”.
“Dejadme decir con mi hermana Teresa de Jesús: Vivo sin vivir en mí y tan alta
vida espero que muero porque no muero”.
Morir, ¿quién se quiere
morir?, Nadie quiere morirse. Pero vemos que el hombre busca en su insensatez
morir a destiempo. Acaso no es querer morirse, la violencia, los vicios, la
guerra, el desenfreno, la vida licenciosa. ¿No están llevando los corruptos que
nos gobiernan a la muerte? Hay un mórbido deseo por adelantar la llegada de la
suprema soledad, la muerte. Hay un desmedido afán por la autodestrucción, se
adelanta la parca, porque tú y yo trabajamos para ello. Pero lo cierto es que nadie
quiere morirse. Quisiéramos vivir para siempre, pero sabemos que todos
moriremos aunque no lo queramos. Quienes más sufren la presencia de la brumosa
muerte son los que viven aferrados a las cosas mundanas, a los bienes y
placeres de este mundo.
Para el materialista la muerte es el fin, es el
fracaso, es la derrota. Ella nos retorna a la nada. Es cruel y despiadada y
cuando más queremos la vida, más pronto llega en silencio y nos envuelve en su
sombra. El cristiano convencido plenamente del amor de Dios y confiado en su
promesa, no ve la muerte como el fin, como desenlace doloroso de esta vida,
como la pérdida total y como la derrota vergonzosa, él la ve como el paso
necesario para poder ver cara a cara a Dios. Ve la muerte como el paso de una
vida de miseria, de dolor, de sufrimiento a una vida verdadera donde hay paz,
justicia y amor; donde desaparece el dolor y la angustia y llegamos a la
felicidad plena. Te ríe de esto, lo entiendo, sólo crees en lo que puedes ver y
tocar; te falta la fe. Hasta la próxima entrega, si Dios lo permite.
0 comentarios:
Publicar un comentario