La señora Karen Fraser Smith retrocedió espantada cuando los forenses y policías de Ontario removieron la tierra de sus macetones y sacaron lo que parecía un brazo. “¡No puede ser, no puede ser! ¡Yo siempre almuerzo aquí!”, atinó a decir, señalando la mesa y las sillas de jardín que estaban rodeadas por los grandes macetas con plantas de aspecto saludable gracias al cuidado y el abono que les proporcionaba el jardinero de la casa.
Minutos antes, la señora Karen, de 76 años, y su esposo Ron Smith, de 78, habían tenido la primera sorpresa de la mañana cuando llegaron tres vehículos policiales a la puerta de su casa y vieron bajar de uno de ellos, esposado, a Bruce McArthur, ese buen jardinero en el que confiaban tanto que hasta tenía una llave del galpón del jardín para guardar sus herramientas.
Después del hallazgo en el primer macetón, del cual los policías extrajeron cuidadosamente de entre la tierra resto por resto hasta tener un cadáver completo, la señora Ruth no quiso ver más. Ron, en cambio, se quedó detrás de la cinta desplegada por los agentes para establecer un perímetro en una zona del jardín, y fue testigo de cómo los policías científicos -enfundados en esos típicos trajes blancos que solía ver en las series criminales- sacaban otros seis cadáveres desmembrados de otros tantos macetones.
Perímetro policial en la casa donde fueron encontrados la mayoría de los cuerpos de la víctimas del jardinero asesino.
Los forenses sabían dónde buscar, porque el jardinero Bruce -un hombre
de 67 años, robusto, de rostro rosado y expresión apacible- les iba
señalando uno por uno los lugares en los que había enterrado los
cadáveres de sus víctimas.
Así Karen y Ron se enteraron de que el bueno de Bruce, el mismo que también cuidaba los jardines de muchos de sus vecinos y que todas las navidades se disfrazaba de Papá Noel para recibir las cartas que los niños dejaban en uno shopping de la zona, era el asesino en serie que había aterrorizado a los habitués del Village, el barrio gay de Toronto, a lo largo de siete años.
Durante ese tiempo había matado y descuartizado a siete personas, aunque hasta esa mañana la policía solo había encontrado un solo cuerpo, el de Abdulbasir “Basir” Faizi, un inmigrante afgano de 42 años, abandonado cerca de un barranco. Las otras víctimas, cuyos cadáveres venían descomponiéndose bajo la tierra de las macetas de Karen y Ron, figuraban hasta entonces en los archivos policiales como “personas desaparecidas”.
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