Por: ÁNGELA PEÑA
“Decían que Caamaño estaba aquí pero no lo creíamos porque era inverosímil que llegara con nueve hombres. ¿Cómo vas a invadir un país con nueve guerrilleros? Además, reinaba una gran desinformación, Balaguer decía que estaba, Juan Bosch que no, Peña Gómez se ocultó…”, comenta Fellita Caamaño.
Primero fue incredulidad que se tornó en angustia para los Caamaño residentes en República Dominicana al comprobar, con la presencia de Toribio Peña Jáquez, uno de los revolucionarios que se adelantó hasta la capital, que ciertamente el Coronel de Abril se encontraba en su tierra. Arribó el tres de febrero de 1973.
“Francis no se lo comunicó a nadie. Creían ellos que eso estaba muy hermético. Balaguer tenía toda la información, esa guerrilla la vendieron, los tenían chequeados”, añade.
Tenían razones para dudar. Fausto Caamaño, padre del héroe, había enviado a Cuba a Claudio Caamaño y a Jorge Marte Hernández con el encargo de comunicarle al combatiente que no viniera en una guerrilla, que no existían condiciones. Viajó a Puerto Rico a reunirse con los emisarios, pero lo que hizo Francis fue que invitó a los enviados a quedarse. Marte regresó.
Mientras los Caamaño vivían en Santo Domingo situaciones de angustia ante la realidad ya confirmada, en Cuba, su esposa y sus tres hijos no sabían nada de lo que ocurría en la Patria de su pariente.
María Paula Acevedo (Chichita), su esposa; Fellita Caamaño Grullón, prima, y Cynthia Dipp Caamaño, sobrina de Francisco Alberto Caamaño Deñó, narran la experiencia familiar de esos días que se volvieron más agobiantes al enterarse de que Claudio también formaba parte del grupo.
“¡No! ¡Claudio no está aquí, Francis lo dejó cuidando a Chichita y a los muchachos en Cuba!”, exclamaba Fellita. “Nos engañábamos nosotros mismos. No queríamos aceptar la realidad”, comenta.
María Paula sospechó que el esposo tenía decidido ese proyecto porque la semana anterior se la pasó junto a sus hijos, a quienes comunicó que se separarían por corto tiempo. Se retrató junto a Francis Alexander, Alberto y Paola y al despedirse les dijo que “había llegado el momento”.
Chichita, enérgica, le aconsejó: “¡Román, cuídate!”. Y el coronel comentó: “Qué boba está su mamá, yo voy a morir de un pisotón que ella me va a dar en un pie yo sentado en una mecedora”. Román era el nombre de guerra de Caamaño.
Del Francis elegante, apuesto, esbelto, que salió de Londres quedaba poco. Estaba calvo, su estatura física parecía haberse reducido, ganó libras y aparentaba estar triste.
Aquellas fueron las últimas palabras que hijos y esposa escucharon del expresidente constitucionalista.
“El hombre viene”
“Unos días antes salía en el periódico un comercial que decía: “El hombre viene… Pero era el anuncio de una marca de gasolina”, recuerdan Cynthia y Fellita, sin embargo, la publicación se relacionó con el desembarco. Para muchos fue “pura coincidencia”.
El tres de febrero, manifiesta Cynthia, Balaguer habló y dijo que había un foco guerrillero, dio los nombres de guerra de todos y dijo que estaban comandados por Román. Cuando citó a Sergio Morel, los Caamaño confirmaron que Claudio vino. “Sergio era el apodo de mi papá y Morel era el segundo apellido de mamá, ahí nos dimos cuenta que era él”, precisa Fellita, aunque ya había recibido la información por el “general Checo”, que además pidió a la hermana que si Claudio se presentaba en su casa lo llamara. Fellita vivía entonces en Bonao donde Checo era jefe del Ejército. Obvio que no le diría nada.
Reiteran las dudas reinantes en cuanto a Francis porque tanto decían que andaba como que no. Inclusive, después de su muerte, “don Juan dijo que ese era un chofer que trajeron congelado desde Venezuela”.
“El 16 de febrero, viendo ‘Nosotros a las 8’ en televisión escuchamos un comunicado de las Fuerzas Armadas informando que esa tarde cayeron en combate Eberto Lalane, Alfredo Pérez Vargas y Francis…”, manifiesta Cynthia. Pero todavía no lo creían. Sin embargo, como no se mencionó a Claudio entre los caídos, iniciaron su búsqueda. “Ya yo tenía cómo sacarlo para la Capital, contaba con Rafael Flores Estrella, César Rafael Caamaño y Angélica Santana. Sabíamos que estaba en esa zona e íbamos a medianoche a la autopista Duarte para encontrarlo y esconderlo”.
Sergio se convirtió en “el guerrillero solitario” y sus parientes trataban de ubicarlo con el mayor sigilo pues los tenían vigilados. Lo vieron el 17 de abril cuando se asiló en la embajada de México. Ese día aceptaron la verdad en cuanto a Francis. “¿Ese es el cadáver de Francis?”, preguntó Fellita a Claudio. “Sí, manita, está muerto”, respondió y Fellita comentó que “no se parecía al que dejamos en Londres”. Claudio salió en mayo hacia México y retornó a la República en 1975 con otra guerrilla que integraban él, Peña Jáquez y Casado Villar.
“Oye mami, que mataron a mi papá”. “Me enteré de la muerte de Francis de la forma más insólita. Los muchachos se preparaban para ir a la escuela, la radio estaba encendida. Francito quedó petrificado y me dice: ‘Oye, mami, que mataron a mi papá y lo enterraron en una fosa común”, narra María Paula. La Voz de las Américas repitió el informe y ella exclamó: “¡Esto no puede ser, que yo no sepa nada!”.
Llamó a Manuel Piñeiro (Barbarroja), de la seguridad del Estado y lo cuestionó: “¿Ustedes creen que Francis dejó una vaca parida con tres becerros? Fue a su esposa con tres hijos. ¿Cómo es posible que no se me informara nada?”. Él se disculpó explicándole “que no estaban seguros, que no podían decir”, mientras la calmaba.
Solicitó a la viuda descripciones físicas que pudieran confirmar que ese era su cón- yuge. “Tenía una cicatriz en el abdomen, un tatuaje pequeño de una pistola y una mancha en el brazo que parecía un ancla”. Piñeiro le comunicó que “ellos estaban atando cabos, que le avisarían, y ahí quedó todo”, declara.
“Después fue una persona a casa y entregó a mis hijos una carta que su papá les había dejado y la Bandera dominicana”. Luego, agrega, la seguridad cubana visitó la Escuela Vocacional Los Camilitos, donde estudiaban los niños y presentándolos informó a los demás alumnos: “Estos son los compañeritos que eran venezolanos, son los hijos del coronel Caamaño”.
Los cadáveres de Caamaño, Eberto y Pérez Vargas fueron mostrados a un reducido número de periodistas por Ramón Emilio Jiménez hijo, secretario de las Fuerzas Armadas, Enrique Pérez y Pérez y Juan René Beau- champs Javier en el paraje Nizaíto, sección La Horma, de San José de Ocoa. Las Fuerzas Armadas declararon que el héroe murió en combate pero otras fuentes afirman que fue fusilado después de apresado. Los demás compañeros de guerrilla eran Ramón Euclides Holguín Marte, Hamlet Hermann Pérez, Mario Nelson Galán Durán y Juan Ramón Payero Ulloa.
Francis nació el 11 de junio de 1932 en la “Doctor Delgado” 253. Al morir contaba 40 años.
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