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El monarca que se ahogó en los excrementos




Por Edelvis García Herrera
El monarca soñaba que se ahogaba en un pantano de estiércol, y entonces todas las noches se despertaba aterrado, sudoroso, angustiado.
Apenas llevaba unas veinticuatro horas “gobernando”  y extrañamente había envejecido prematuramente al igual que su obsoleto método de “dirigir” el maltrecho Estado.
Timorato y debilitado en su espíritu, corrió hacia la barandilla de su palacio donde permaneció allí por varios días.
Como mago y genio, trató de interpretar el vuelo  enigmático  de las aves que surcaban el enlutado cielo, tratando de adivinar a través de ellas el futuro que la deparaba en lo adelante, pero todo le resultaba confuso, extraño, indescifrable.
Frustrado se golpeó con fuerza descomunal el pecho encajonado pues sentía que poco a poco había ido perdiendo sus facultades de augur.
Era la época más terrible y aciaga por el que había pasado el reino, y el “honorable” anciano no comprendía cómo un Estado con un sostenido crecimiento  económico y que había generado tantas riquezas, podía existir un pueblo con millones de seres hambrientos, mendigando por las callejuelas, con una niñez desnutrida; seres humanos sin salud física ni mental, con alta mortalidad infantil y hombres y mujeres muy inclinados  al suicidio; donde los ancianos clamaban por una vida digna después de dedicar muchos años en duras labores, y al momento morían por inanición, mientras un grupúsculo gozaba de todos los placeres y privilegios.
Por eso el monarca rugía  como un león, se indignaba; pero la fiesta de su corte de farsantes continuaba, entonces el anciano tronó y ordenó detener la música.
Hubo un silencio sepulcral. El monarca no soportaba más; y rabioso, colérico, juró ante el Cristo castigar a quienes habían llevado al Estado a semejante catástrofe. Un Estado saqueado, quebrado, endeudado, pero lleno de funcionarios ricos.
-¡Óiganlo bien-tronó con voz heroica el  anciano-¡: ¡Juro por mi honor que pondré tras las rejas a los responsables del desastre!...¡Lo juuurooooo!
Ante la advertencia del anciano, que parecía que moriría de un infarto, generales, condes, duques, príncipes, ayudantes en el exterior, queridas y vicecónsules temblaban.
Ese día no había tranquilidad en el reino, y el pueblo llano estaba muy atento, esperanzado porque al fin se acabaría el desorden, la pobreza, el robo y la impunidad.
 -Esta monarquía-decía el anciano- inicia una nueva etapa porque a partir de hoy buscaré un préstamo con un Estado hermano, aumentaré los productos alimenticios para recaudar impuestos, e impondré nuevos tributos al pueblo para que entre todos la carga sea más liviana. Comenzar a buscar culpables es sembrar odios estériles; hay que perdonar a quienes cometieron esos errores. Que Dios los castigue.”
Al finalizar sus palabras, la corte de farsantes, nuevos y viejos seguidores del Estado fallido, volvieron a respirar tranquilos al tiempo brindaban copas en manos: “¡Enciendan la música y que siga la fiesta!..¡Ése es de los míos!... ¡ Ja, ja, ja, ja, ja, ja…!

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