Haroldo Dilla Alfonso / 7 Dias
Cuando el procurador general Francisco Domínguez Brito anunció su
decisión de no dar curso a la denuncia de Guillermo Moreno contra Leonel
Fernández y dos de sus más controvertidos colaboradores, nos dio a
todos una clase de sociología política. Sobre todo a quienes quisimos
ver en él –hablando de expedientes contra corruptos y abusos policiacos-
un rayo de luz en esta larga noche de la cacle peledeísta.
Nadie da lo que no tiene. Y esa élite política -compuesta de
desfalcadores públicos, xenófobos, tecnócratas insensibles, trujillistas
nostálgicos y paladines del Opus Dei- no puede dar moralidad ni buen
gobierno. Y por eso Domínguez Brito se apresuró a rechazar la denuncia
de Moreno argumentando que el déficit fiscal no implica la comisión de
un delito. Hizo el rechazo en el tiempo galáctico de cinco días y lo
anunció públicamente el mismo día en que Leonel Fernández pronunció su
último discurso, donde hizo lo que mejor sabe hacer: ofender la
inteligencia de la ciudadanía.
Creo, sin embargo, que aún en su despeñadero ético, el procurador pudo haber escondido mejor las ropas.
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