I de II
El quehacer cultural
caracteriza y le da identidad propia a los pueblos. Este trajinar es
consustancial a la naturaleza humana y concita un interés turístico por conocer
la obra particular de cada país.
Por Antonio Taveras Mejía
De las tantas definiciones que se han hecho de la cultura hay una que es
bastante lacónica, clásica y abarcante: cultura es cultivo en sentido general.
De esta praxis y tendencia humana han nacido extraordinarios creadores
artísticos y singulares ideas que han representado hitos en el despegue
auspicioso para el desarrollo que hoy ostenta la humanidad. Esto se confirma y
sustenta en aquellas figuras que han representado históricamente el activismo
cultural universal y los diversos movimientos que estos establecieron
sustentados en bases ideológicas, científicas y filosóficas.
Así fue como hombres de la talla de Miguel Ángel, Leonardo Da Vinci, Julio
Verne, Bocaccio, Tomás Moro, Erasmo de Rotterdam, Pablo Picasso, Rubén Darío,
Pablo Neruda, Pedro Henríquez Ureña, Juan Bosch, George Luis Borges y otros han
enriquecido la memoria histórica de sus naciones representadas y se han
constituido en pilares en el accionar del arte y la cultura.
El artista siempre está movido por un ideal, una utopía, una quimera
y todo el movimiento que realiza va a desembocar en la realización de la obra
de arte que se ha propuesto por encima de todas las rémoras o avatares que las
circunstancias les presenten. Ese ímpetu y arrebato va a ayudar constantemente
al creador cultural en su propósito, pero el artista es un ser humano y
necesita un estímulo, un medio que le proporcione libertad, un público y unos
recursos. En el vacío nunca se creó nada fructífero. Pienso que ni Dios creó
nada útil en su obra sublime mientras el espacio cósmico estuvo caótico, vacío
y desordenado (como dice la Biblia), lo primero que Dios ama, según he visto en
mis disquisiciones y pensamientos, es su obra creada, la justicia y el orden.
Si no fuera por este espíritu quimérico que mueve al artista, en esta
demarcación noulense ningún cultivador cultural llegase a la consumación de su
obra sea este escritor, artista plástico, músico o cualquier otro cultor del
arte ni tampoco aquellos que se dedican a laborar en el ámbito de las ciencias.
He visto también que las ciencias y las artes en sentido general van al unísono
en la actividad humana. El desamparo y la indiferencia que devastan y acechan
al quehacer de los artistas en Bonao son sencillamente conmovedores, cáusticos
y voraces y pienso que algunas de estas actitudes son programadas y calculadas.
Decía José Ingenieros, que “los ideales dan confianza a las propias
fuerzas”, decía también que “de seres sin ideales nada útil esperan los
pueblos”. También expresaba Pedro Henríquez Ureña que “el ideal de justicia es
el único ideal superior al ideal cultural”. Por este discurrir normal y natural
que anima al realizador de la obra de arte en esta demarcación se han podido
lograr algunas realizaciones con cierta estatura en el orden cultural y casi
todos los que se han destacado, han tenido que emigrar de aquí en un momento
dado. Les aconsejo a los niños y a los jóvenes que gustan de la cultura en
sentido general que se miren en estos espejos de los que han emigrado si buscan
alcanzar objetivos en el campo cultural porque los auténticos valores que hemos
tenido han sido verdaderos héroes y algunos, que andan por ahí vivos todavía es
porque son adalides tesoneros, forjados como el acero, pero con la impronta del
luchador anónimo.
A los artistas les caracteriza también una inclinación natural a ser seres
extremadamente sensibles y cuando estos tocan algunas puertas en las
instituciones públicas de Bonao lo que se recibe es una avalancha de actitudes
simuladoras, indiferentistas y de frialdad que son capaces de desalentar y
deprimir al más fogoso y decidido de los idealistas y de los que aman este
tráfago del emprendedurismo artístico el cual ha sido en todo un tiempo un
accionar muy utópico y ornírico, pero que da sus frutos e identifica a las
demarcaciones en su quehacer social y las coronas de grandeza para que les
sirvan de ejemplos a otras. Dice el gran cantaautor catalán Joan Manuel
Serrat que “sin utopías la vida sería un ensayo para la muerte” y eso es la
cultura una incesante búsqueda de realizaciones que antes fueron utópicas y que
sólo estaban en las reconditeces de su autor.

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