Por Edelvis García Herrera
Privi despertaba sobresaltado, sudoroso, con
el temor de perder el mejor de sus“talentos”: la capacidad de
odiar; mas no abandonaba el deseo ferviente de
que Ella regresara para restablecer el orden perdido. Tal vez volvería,
a pesar del prontuario de muertes físicas y morales que había dejado a su paso.
Privi añoraba
cabalgar nuevamente a trote sobre los que pudo derribar en el camino de su
lóbrego oficio. Y aislado del mundo exterior, apenas recibía frecuentemente la
visita de Igno, quien lo llenaba de esperanza.
Durante las
noches, se levantaba incontables veces, tomaba un viejo revólver Smith and
Wesson y se acercaba a la ventana; pero las
voces lastimosas, los quejidos, no le permitían concebir el sueño.
Igno era el
único ser de su entera confianza, e invariablemente pasaba a retirar unos paquetes de donde
extraía un extraño polvo que esparcía por diversos sectores; y el hedor, como a gas propano, adormecía a
millares de personas.
En el día, Privi
se dormía, y soñaba que se ahogaba en un estercolero cenagoso. Y veía cuadros
fragmentados de mujeres respetables, desnudadas
en las plazas públicas; a estudiantes, obreros e intelectuales recibiendo
latigazos en las frías mazmorras; gritos de horror que producían las torturas:
las uñas sacadas a sangre fría; los martillazos en los veinte dedos. Sí;
cárceles atiborradas de gente buena, mientras muchos delincuentes estaban en
las calles metiendo terror, chivateando.
Pero si todo
esto causaba horror a cualquier ser humano,
a Privi le llenaba de placer. Se gozaba en los sueños de ver a los
presos desnudos a quienes les soltaban los perros rabiosos, siendo los
genitales los favoritos de los caninos.
Lleno de ira, de
vicios, de envidia y de sangrante pasión. Indescifrable, su corazón guardaba
las cenizas inconfundibles del rencor, deseando siempre el dolor ajeno.
Tenía la
seguridad de su regreso para que con sus puñales y machetes despedazar a
millares de negros “brujos” que sólo querían dañar nuestra “raza”. Se dice que
su alma estaba llena de llagas que no podrían curarse jamás.
Privi presintió que
sería atrapado. Se dio cuenta, además, del antídoto creado por el pueblo para
resistir la enfermedad de la ignorancia producida por el polvillo. Por eso,
desesperado, llamó a sus hijos Legio; de
igual forma sugirió a Igno auxiliarse de su hermano Rante para seguir la sucia
labor. Tortu, Rador, Resen y Tidos, también se le ofrecieron. Sin embargo, a
pesar de que Privi pudo desdoblarse en mil formas, sólo ellos ocho esperaban a
Ella; la de la cruel etapa.
Esos mismos
jinetes del terror, sembradores de injusticias cabalgan con un libro de Duarte
debajo del brazo, interpretándolo a su manera y vendiéndose como los únicos
patriotas al tiempo que acusan de traidores a hombres y mujeres dignos.
¿Es que acaso regresará
ese periodo en un ciclo maldito para sembrar el
terror, disfrazado de Duarte,
engañando al pueblo, tal como lo hacía Batista con Martí? ¿O como Pérez
Jiménez, el sanguinario dictador venezolano que se cubría detrás de la imagen
de un gigante llamado Simón Bolívar?

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